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lunes, 25 de julio de 2011

Hablemos del 26 de julio


Corría 1953, y la tolerancia del pueblo cubano, puesta a prueba una y otra vez por la lista de pésimos gobernantes que rigieron los destinos del país tras el surgimiento de la neo colonia, tocaba fondo con la tiranía de Fulgencio Batista, un habilidoso manipulador de intereses, y un asesino que enlutó miles de hogares.
Llegado a la cúspide del poder tras el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, el dictador llevó al paroxismo el accionar de los cuerpos represivos establecidos, y creó bandas paramilitares como los tristemente célebres ¨Tigres de Masferrer¨.
La menor sospecha de actividades conspirativas, y aún las protestas estudiantiles eran apagadas con la porra, los chorros de agua e incluso con disparos de la policía. Era algo común que los detenidos por las ¨perseguidoras¨ aparecieran horas después, torturados y asesinados (e incluso otros nunca aparecieron).
Así se presentaba la situación social, en el año en que se cumpliría el centenario del nacimiento del apóstol de la independencia cubana, José Martí, acontecimiento que un grupo de jóvenes decidió honrar, y que muchos cumplieron con la mayor de las ofrendas: la vida.
De procedencia acomodada, pero con la honda huella del sentir de los pobres en sus convicciones, Fidel Castro Ruz organizó un movimiento que agrupó a representantes de numerosos sectores, en un ejemplo de ideal unitario que contó en sus filas con albañiles, fotógrafos, obreros portuarios, médicos, estudiantes, entre otros.
Y llegó el mes de julio de 1953, en que se celebrarían los carnavales en Santiago de Cuba, la provincia más oriental y cuya geografía contaba con la principal cadena montañosa de la isla, la Sierra Maestra, que figuraba en los proyectos del joven dirigente revolucionario como teatro de operaciones, en el que podría desarrollar una prolongada lucha armada.
En la propia capital oriental estaba ubicada la segunda fortaleza militar de la tiranía, el cuartel Guillermòn Moncada, solo superada en número de soldados y en medios de combate por Columbia, en la ciudad de La Habana.
Con el mayor secreto y en un verdadero alarde de discreción conspirativa, se movilizaron hombres y armas (la mayoría rifles de pequeño calibre y escopetas de caza) para dar el golpe por sorpresa en la madrugada del 26 de julio, fecha en que se iniciaban los festejos populares.
Paralelamente al asalto al cuartel Moncada, otro grupo de combatientes se dirigió hacia Bayamo (hoy provincia de Granma) para de manera coordinada, atacar la fortaleza de dicha localidad, que llevaba el nombre de Carlos Manuel de Céspedes.
El objetivo de esta segunda acción era impedir que desde La Habana, fueran enviados refuerzos hacia la región oriental.
A pesar de la impecable preparación, el elemento casualidad frustró el factor sorpresa, única ventaja desde el punto de vista militar, con la que contaban los jóvenes asaltantes.
Lo que fue concebido como acción relámpago devino fuertes combates de los revolucionarios, contra fuerzas y medios muy superiores, con el lógico desenlace.
Comienza la retirada, y muchos de los jóvenes revolucionarios son hechos prisioneros y posteriormente asesinados, luego de torturas sin límite.
Ningún respeto de los esbirros hacia un enemigo que combatió con hombría y valor, a pecho descubierto, en defensa de un ideal y con el pensamiento y la acción puestos en la conquista de un futuro mejor para sus hermanos.
Desde el más estricto punto de vista táctico militar, no se consideraría una victoria aquella doble acción de los combatientes de Fidel, pero la trascendencia del suceso fue tal que conmocionó hasta los cimientos la realidad cubana, y dio paso a una movilización nacional que logró, tiempo después, la liberación de los sobrevivientes, confinados en el penal de Isla de Pinos, el tristemente conocido Presidio Modelo.
Se sembró en el Moncada la simiente que alumbró el Movimiento 26 de julio, columna vertebral de la insurrección que tuvo su fuerza mayor en el Ejército Rebelde, que derrocó la tiranía de Fulgencio Batista, quien como un cobarde escapó hacia los Estados Unidos en la madrugada del primero de enero de 1959.
Quizás se haya empleado mucho por oradores, periodistas, cineastas y poetas una expresión que, sin embargo, 58 años después de la hombrada de Fidel y sus compañeros, conserva su fuerza, y pinta como ninguna el significado de aquellas acciones, porque el 26 de julio ¨se tomó el cielo por asalto¨.

Ernesto Pantaleón Medina